Para orar

¿Quieres orar?

¿Para qué sirve la oración?

Al igual que la amistad es en un principio gratuidad, la oración es una relación con alguien que queremos, y precisamente por eso no le queremos perder. Con la oración me acerco más a Jesús. Le conozco mejor, y así me será más fácil alcanzar un trato de amistad, ser como El. Ese es el fin de la oración: ser como Jesús.

¿Piensas que necesitas orar?:

Quizás sientes que necesitas conocer mejor a Dios, entablar una relación con El, y descubriéndolo como ese amigo que sale a tu encuentro, que te llama y te espera desde hace tiempo, pero:

No sabes orar: No sabes qué hacer con tanto tiempo, el silencio no te dice nada.

Te cuesta orar: Te resulta muy difícil, casi imposible, concentrarte, mirar en lo más hondo de ti mismo por un instante. Pero esto es como estudiar, siempre cuesta empezar, sin embargo hay que empezar y perseverar porque al final llega la recompensa con creces.

Tienes muchas dudas:

Fe, religión, oración… palabras poco claras.

Cuando oro ¿no estaré escuchándome a mí mismo?:

La oración es un diálogo desde la fe. Dios, está dentro de cada uno, pero para oírle es necesario silenciar el resto de los ruidos. También El nos habla y nos enseña desde su Palabra. Cuando notes paz y que algo cambia en ti, entonces sabrás que Dios está contigo. Señal inequívoca de presencia de Dios es la Paz que queda en ti.

¿Cómo me habla Dios?:

Dios habla cuando quiere y como quiere. Por medio de los acontecimientos de cada día, de otras personas, de cosas, de instituciones, desde su Palabra y en la oración.

¿Y si no siento nada?…

En la oración no es necesario sentir emociones especiales. La oración es una comunicación profunda, un darse, amar y sentirse amado. Mirarlo y sentirse mirado. Poder decir “Estás conmigo”, “Estás conmigo”, “Estás conmigo”..

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Orientaciones prácticas para orar

1.- Cuando al orar, sientas sueño, ponte de pié, cuerpo recto y los talones rectos.

2.- Cuando sientas sequedad o aridez, piensa que puede tratarse de pruebas divinas o emergencias de la naturaleza. No hagas violencia para “sentir” Hazte acompañar por los tres ángeles guardianes: paciencia: acepta con paz lo que tú no puedas solucionar. Perseverancia: sigue orando aunque no sientas nada. Esperanza: todo pasará; mañana será mejor.

3.- Nunca olvides que la vida con Dios es vida de fe. Y la fe no es sentir sino saber. No es emoción sino convicción. No es evidencia sino certeza.

4.- Para orar necesitas método, orden, disciplina, pero también flexibilidad, porque el Espíritu Santo puede soplar en el momento menos pensado. La gente se estanca en la oración por falta de método. El que ora de cualquier manera llega a ser cualquier cosa.

5.- Ilusión, no; esperanza, sí. La ilusión se desvanece; la esperanza permanece. Esfuerzo devoción sensible produce fatiga mental y desaliento

6.- Piensa que Dios es gratuidad. Por eso su pedagogía par con nosotros es desconcertante; debido a eso, en la oración no lógica humana: a tales esfuerzos, tales resultados; a tanta acción, tanta reacción; a tal causa, tal efecto. Al contrario, normalmente no habrá proporción entre tus esfuerzos en la oración y los “resultados”. Sabe que la cosa es así, y acéptala con paz.

7.- La oración es relación con Dios. Relación es movimiento de las energías mentales, un movimiento de adhesión a Dios. Es, pues, normal que se produzca en el alma emoción o entusiasmo. Pero ¡ cuidado ¡, es imprescindible que ese estado emotivo quede controlado por el sosiego y la serenidad.

8.- La visitación divina, durante la actividad orante puede producirse en cualquier momento: al comienzo, en medio, al fin; en todo tiempo o en ningún momento. En este último caso, ten cuidado de no dejarte llevar por el desaliento y la impaciencia. Al contrario, relaja los nervios, abandónate, y continúa orando.

9.- Te quejas: rezo pero no se nota en mi vida. Para derivar la fuerza de la oración en la vida, primero: sintetiza la oración de la mañana en un frase simple (por ejemplo: “¿Qué haría Jesús en mi lugar?”), y recuérdatela en cada nueva circunstancia del día. Y segundo: cuando llegue una contrariedad o prueba fuerte, despierta y toma conciencia de que tienes que sentir, reaccionar y actuar como Jesús.

10.- No pretendas cambiar tu vida; te basta con mejorar. No busques ser humilde; basta con hacer actos de humildad. No pretendas ser virtuoso; te basta con hacer actos de virtud. Ser virtuoso significa actuar como Jesús.

Con las recaídas no te asustes. Recaída significa actuar según tus rasgos negativos. Cuando estés descuidado o desprevenido, vas a reaccionar según tus impulsos negativos. Es normal. Ten paciencia. Cuando llegue la ocasión, procura no estar desprevenido, sino despierto, y trata de actuar según los impulsos de Jesús.

11.- Toma conciencia de que puedes muy poco. Te lo digo para animarte, para que no te desanimes cuando lleguen las recaídas. Piensa que el crecimiento en Dios es sumamente lento y lleno de contramarchas. Acepta con paz estos hechos. Después de cada recaída, levántate y anda.

12.- La santidad consiste en estar con el Señor, y de tanto estar, su figura se graba en el alma; y luego en caminar a la luz de esa figura. En eso consiste la santidad.

Padre Ignacio Larrañaga ofm.

I. El Señor

1. Centro de gravedad

Para cantarte, mi Señor Jesús, ¡cómo me gustaría tener ojos de águila, corazón de niño y una lengua bruñida por el silencio!

Toca mi corazón, Señor Jesucristo; tócalo y verás cómo despiertan los sueños enterrados en las raíces humanas desde el principio del mundo.

Todas nuestras voces se agolpan a tus puertas.

Todas nuestras olas mueren en tus playas.

Todos nuestros vientos duermen en tus

horizontes.

Los deseos más recónditos, sin saberlo,

te reclaman y te invocan.

Los anhelos más profundos te buscan impacientemente.

Eres noche estrellada,

música de diamantes,

vértice del universo,

fuego de pedernal.

Allí donde posas tu planta llagada, allí el planeta arde en sangre y oro.

Caminas sobre las corrientes sonoras

y por las cumbres nevadas.

Suspiras en los bosques seculares.

Sonríes en el mirto y la retama.

Respiras en las algas, hongos y líquenes.

Por toda la amplitud del universo mineral

y vegetal te siento nacer, crecer, vivir,

reir, hablar.

Eres el pulso del mundo, mi Señor Jesucristo.

Eres Aquel que siempre está viniendo

desde las lejanas galaxias,

desde el centro ígneo de la tierra, y desde el

fondo del tiempo;

vienes desde siempre, desde hace millones de Años-Luz.

En tu frente resplandece el destino del mundo y

en tu corazón se concentra el fuego de los siglos.

Deslumbrado mi corazón ante tanta maravilla, me inclino para decirte: Tú serás el rey de mis territorios.

Para Ti será el fuego de mi sangre.

Tú serás mi camino y mi luz,

la causa de mi alegría,

la razón de mi existir y el sentido de mi vida,

mi brújula y mi horizonte,

mi ideal, mi plenitud y mi consumación.

Fuera de Ti no hay nada para mí.

Para Ti será mi última canción.

¡Gloria y honor para siempre

a Ti, Rey de los Siglos!

2. Padre

¿Cómo te llamaré, oh Tú,

que no tienes nombre?

Aquel que salió de los abismos de tu soledad,

tu Enviado, Jesús, nos dijo

que eras y te llamabas Padre.

Fue una gran noticia.

En la quieta tarde de la eternidad,

mientras eras vida y fuego en expansión,

yo vivía en tu mente,

me acariciabas como un sueño de oro

y mi nombre lo llevabas escrito

en la palma de tu mano derecha.

Yo no lo merecía

pero Tú ya me amabas sin un por qué,

me amabas como se ama a un hijo único.

Desde la noche de mi soledad

levanto mis brazos para decirte: oh Amor,

Padre Santo, mar inagotable de ternura,

cúbreme con tu Presencia,

que tengo frío,

y a veces todo me da miedo.

Dicen que donde hay amor, no hay temor;

¿por qué, entonces, estos negros corceles

me arrastran hacia mundos ignorados

de ansiedades y aprensiones?

Padre querido, ten piedad

y dame el don de la paz,

la paz de un atardecer.

Yo sé que Tú eres la Presencia Amante,

el Amor Envolvente,

bosque infinito de brazos.

Eres perdón y comprensión,

seguridad y certeza, júbilo y libertad.

Salgo a la calle y Tú me acompañas;

me enfrasco en el trabajo

y quedas a mi lado;

en la agonía y más allá

me dices: aquí estoy, contigo voy.

Aunque intentara evadir tu cerco de amor,

aunque escalara montañas o estrellas,

aunque volara con alas de luz,

es inútil…

en un acoso ineludible

me circundas, inundas y transfiguras.

Me dicen que tus pies caminaron

por los mundos y los siglos

detrás de mi sombra huidiza,

y que cuando me encontraste

el cielo se deshizo en canciones.

Con tanta buena noticia

me has tornado

en un hijo prodigiosamente libre.

Y ahora derriba mis viejos castillos,

las altas murallas de mis egoísmos

hasta que no quede en mí

ni polvo de mí mismo,

y pueda así ser transparencia

para mis hermanos.

Y entonces, al pasar

por los desolados mundos,

también yo seré ternura y acogida,

alumbraré las noches de los peregrinos,

diré a los huérfanos: “Yo soy tu madre”,

daré sombra a los extenuados,

patria a los fugitivos,

y los que carecen de hogar

se cobijarán bajo el alero de mi tejado.

Tú eres mi Hogar y mi Patria.

En ese hogar quiero descansar

al término del combate.

Tú velarás definitivamente mi sueño,

oh Padre, eternamente amante y amado.

Amén.

II. FE, ESPERANZA

1. Consolación en la angustia

Señor, Señor. No puedo más.

Vengo de una larga noche;

estoy saliendo de las aguas saladas.

Ten piedad.

La soledad es una alta muralla

que me cierra todos los horizontes.

Levanto los ojos y no veo nada.

Mis hermanos me dieron la espalda

y se fueron. Todos se fueron.

Mi compañía es la soledad;

mi alimento la angustia.

No quedan rosas. Todo es luto.

¿Dónde estás, Padre mío?

Una cruel agonía se me ha detenido, congelada,

en lo hondo de las entrañas.

Dame la mano, Padre; apriétamela;

sácame de este negro calabozo.

No me cierres la puerta, por favor, que estoy solo.

¿Por qué callas? Mis gritos llenaron la noche,

pero Tú permaneces sordo y mudo.

Despierta, Padre mío.

Dame una señal, siquiera una, de que vives,

de que me amas, de que estás aquí, ahora, conmigo.

Mira que el miedo y la noche

me rondan como fieras,

y sólo me quedas Tú, como única defensa

y baluarte.

Pero yo sé que la aurora volverá,

y me consolarás de nuevo,

como una madre consuela a su niño pequeño;

y la armonía cubrirá los horizontes,

y ríos de consolación correrán por mis venas.

Regresarán mis hermanos a mi presencia,

y habrá de nuevo espigas y estrellas;

el aire se henchirá de alegría

y la noche de canciones,

y mi alma cantará eternamente tu misericordia,

porque me has consolado.

Gracias, Padre mío. Así sea.

2. Presencia Escondida

No estás.

No se ve tu Rostro.

Estás.

Tus rayos se disparan en mil direcciones.

Eres la Presencia Escondida.

Oh Presencia siempre oculta y siempre clara,

Oh Misterio Fascinante

al cual convergen todas las aspiraciones.

Oh Vino Embriagador

que satisfaces todos los deseos.

Oh Infinito Insondable

que aquietas todas las quimeras.

Eres el Más Allá y el Más Acá de todo.

Estás sustancialmente presente

en mi ser entero.

Tú me comunicas la existencia

y la consistencia.

Me penetras, me envuelves, me amas.

Estás en torno de mí y dentro de mí.

Con tu Presencia activa alcanzas

hasta las más remotas y profundas zonas

de mi intimidad.

Eres el alma de mi alma,

la vida de mi vida,

más yo que yo mismo,

la realidad total y totalizante,

dentro de la cual estoy sumergido.

Con tu fuerza vivificante

penetras todo cuanto soy y tengo.

Tómame todo entero,

oh Todo de mi todo,

y haz de mí

una viva transparencia de tu Ser

y de tu Amor.

¡Oh Padre queridísimo!

3. El Dios de la Fe

¡Oh Tú que no tienes nombre

y eres impalpable como una sombra

y sólido como una roca!

Nunca serás empíricamente captado

ni intelectualmente dominado,

porque eres el Dios de la Fe.

No eres una cosa misteriosa sino el Misterio:

Aquel que no puede ser entendido

analíticamente;

Aquel que no será reducido a abstracciones

ni categorías.

Aquel a quien nunca alcanzarán los

silogismos;

Aquel que es para ser acogido, asumido,

vivido.

Aquel al que se le “entiende” de rodillas,

en la fe, entregándose.

Eres el Dios de la Fe.

Las palabras más excelsas del lenguaje humano

no serán capaces de encerrar en sus fronteras ni un ápice de tu substancia,

no podrán abarcar la amplitud, inmensidad y profundidad de tu realidad.

Superas, abarcas, trasciendes y comprendes todo nombre y toda palabra.

Eres realmente el Sin-Nombre, verdaderamente el Innominado.

Eres el Dios de la Fe.

Sólo en la noche profunda de la fe,

cuando callan la mente y la boca,

en el silencio total y en la Presencia Total,

dobladas las rodillas y abierto el corazón,

sólo entonces aparece la certeza de la fe,

la noche se trueca en mediodía,

y se comienza a entender al Ininteligible.

Mientras tanto tenuemente vamos vislumbrando tu figura entre penumbras,

huellas, vestigios, analogías y comparaciones.

Pero cara a cara no se te puede mirar.

Eres el Dios de la Fe.

Nuestra alma desea ardientemente asirse a Ti, adherirse.

Queremos poseerte, ajustarnos en Ti, y descansar.

Pero, ¡cuántas veces!, al llegar a tu mismo umbral,

te desvaneces como un sueño, y te tornas en ausencia y silencio.

Definitivamente eres el Dios de la Fe.

Como los exiliados, somos arrastrados hacia Ti por una oscura y potente nostalgia,

una extraña nostalgia por una persona que nunca abrazamos

y una patria que nunca habitamos.

Nos das el aperitivo y nos dejas sin banquete.

Nos diste las primicias, pero no las delicias del Reino.

Nos das la sombra, pero no tu Rostro,

y nos dejas como un arco tenso. ¿Dónde estás?

Peregrinos del Absoluto y buscadores de un Infinito que nunca “encontraremos”,

y, al no “encontrarte” jamás,

estamos destinados a caminar siempre detrás de Ti

como eternos caminantes en una odisea que sólo acabará en las playas definitivas de la Patria,

cuando hayan caducado la fe y la esperanza,

y sólo quede el Amor.

Entonces sí, te contemplaremos cara a cara.

Dios mío, si yo soy un eco de tu voz,

¿cómo es que el eco sigue vibrando mientras la voz permanece en silencio?

Si yo soy la sed, y tú el Agua Inmortal,

¿cuándo acabarás de saciar esta sed?

Si yo soy el río, y tú el mar,

¿cuándo voy a descansar en Ti?

Te aclamo y reclamo,

te afirmo y confirmo,

te exijo y necesito,

te añoro y te anhelo,

¿dónde estás?

Oh Tú que no tienes nombre ni figura;

en la oscuridad de la noche doblo mis rodillas,

me entrego a Ti, creo en Ti.

4. Sufrimiento y redención

Señor, Señor ¿qué significa ser hombre? Sufrir a manos llenas.

Desde el llanto del recién nacido hasta el último gemido del agonizante,

sufrir es el pan cotidiano y amargo que nunca falta en la mesa familiar.

Dios mío, ¿para qué sirve esa criatura desventurada del dolor?

Es un despojo inútil. No tiene nombre, pero tiene mil fuentes y mil rostros,

y ¿quién puede soslayarlo?

A nuestro lado camina en la ruta que va de la luz a la tiniebla.

¿Qué podemos hacer con él?

Es una criatura que brotó en el suelo humano

como un hongo maldito sin que nadie lo sembrara ni lo deseara.

¿Qué hacemos con él?

Me acuerdo de tu cruz, oh Pobre de Dios, Jesús de Nazareth;

aquella cruz que Tú no la elegiste, sino que la asumiste,

y no con alegría, sino con paz.

¿Para qué sirve esa corriente caudalosa y sangrante del dolor humano?

He ahí la cuestión: ¿qué hacer con ese misterio esencial y abrasador?

Las mil enfermedades, las mil y una incomprensiones,

los conflictos íntimos, las depresiones y obsesiones,

rencores y envidias, melancolías y tristezas,

las limitaciones e impotencias, propias y ajenas, penas, clavos, suplicios…

¿Qué hacer con ese bosque infinito de hojas muertas?

Oh Justo, Siervo obediente y sumiso del Padre, llegada tu Hora,

después de estremecerte por el susto y el espanto, te entregaste sosegado

y aceptaste libremente el cáliz del dolor hasta agotar sus últimos y más amargos sedimentos.

Los hechos de la conspiración humana no cayeron, ciegos y fatales sobre Ti,

sino que Tú los asumiste voluntariamente al ver que, si los hechos ocurrieron,

no fue por la maquinación humana sino porque el Padre lo permitió.

Y cargaste con amor la cruz.

Gracias por la lección, Cristo amigo.

Desde ahora tenemos respuesta al interrogante básico del hombre: ¿qué hacer con el dolor?

No se vence el sufrimiento lamentándolo, combatiéndolo o resistiéndolo, sino asumiéndolo.

Y, al asumir con amor la cruz, estamos no sólo acompañándote, Jesús Nazareno, en la subida al Calvario,

sino colaborando contigo en la redención del mundo, y más todavía,

“estamos supliendo lo que falta a la Pasión del Señor”.

La perfecta libertad está, pues,

no sólo en asumir la cruz con amor sino en agradecerla,

sabiendo que así asumimos solidariamente el dolor humano

y colaboramos a la tarea trascendental de la redención de la Humanidad.

Gracias, Señor Jesucristo, por la sabiduría de la cruz.

III. Situaciones

1. Plegaria para la noche

Padre mío, ahora que las voces se silenciaron y los clamores se apagaron,

aquí al pie de la cama mi alma se eleva hasta Ti para decirte:

creo en Ti, espero en Ti, te amo con todas mis fuerzas. Gloria a Ti, Señor.

Deposito en tus manos la fatiga y la lucha,

las alegrías y desencantos de este día que quedó atrás.

Si los nervios me traicionaron, si los impulsos egoístas me dominaron,

si di entrada al rencor o a la tristeza, ¡perdón, Señor! Ten piedad de mí.

Si he sido infiel, si pronuncié palabras vanas,

si me dejé llevar por la impaciencia, si fui espina para alguien, ¡perdón, Señor!

No quiero esta noche entregarme al sueño sin sentir sobre mi alma la seguridad de tu misericordia,

tu dulce misericordia enteramente gratuita, Señor.

Te doy gracias, Padre mío,

porque has sido la sombra fresca que me ha cobijado durante todo este día.

Te doy gracias porque – invisible, cariñoso, envolvente –

me has cuidado como una madre, a lo largo de estas horas.

Señor, a mi derredor ya todo es silencio y calma.

Envía el ángel de la Paz a esta casa.

Relaja mis nervios, sosiega mi espíritu,

suelta mis tensiones, inunda mi ser de silencio y serenidad.

Vela sobre mí, Padre querido, mientras me entrego confiado al sueño,

como un niño que duerme feliz en tus brazos.

En tu nombre, Señor, descansaré tranquilo. Así sea.

2. Súplica en la enfermedad

A Ti, Señor, que pasaste por este mundo “sanando toda dolencia y toda enfermedad”,

levanto mis gritos y gemidos, yo, pobre árbol, azotado por el dolor.

Hijo de David, ten compasión de mí.

Mi salud se deshace como una estatua de arena.

Estoy encerrado en un círculo fatal: el hospital, la cama, los análisis,

los diagnósticos, el alcohol, el algodón, el médico, la enfermera… no salgo de ese círculo.

Una fiera llevo clavada en lo más recóndito de esta parte del cuerpo, y nadie descubre su figura.

Ten piedad de mí, Señor.

Dios mío, cada mañana me levanto cansado;

mis ojos enrojecen de tanto insomnio.

Con frecuencia me siento pesado como un saco de arena.

Mis huesos están carcomidos, mis entrañas deshechas, y como un perro rabioso me muerde el dolor.

Y, sobre todo, el miedo, Señor. Tengo mucho miedo.

El miedo, como un vestido mojado, se me pega al alma.

¿Qué será de mí? ¿Amanecerá para mí la aurora de la salud?

¿Podré cantar algún día el aleluya de los que se sanan?

¿Me visitarás alguna vez, Dios mío?

¿No dijiste un día: “levántate y anda”?

¿No dijiste a Lázaro: “sal fuera”?

¿No se sanaron los leprosos y caminaron los cojos al mando de tu voz?

¿No mandaste soltar las muletas, caminar sobre las aguas?

¿Cuándo llegará mi hora? ¿Cuándo podré narrar, también yo, tus maravillas?

Hijo de David, ten piedad de mí, Tú que eres mi única esperanza.

Sin embargo, sé que hay otra cosa peor que la enfermedad: la angustia.

Es buena la salud pero mejor es la paz. ¿Para qué sirve la salud sin la paz?

Y lo que me falta ante todo es la paz, mi Señor Jesucristo.

La angustia, sombra oscura hecha de soledad, miedo e incertidumbre,

la angustia me asalta a ratos, y a veces me domina por completo.

Con frecuencia siento tristeza, y a veces tristeza de muerte.

Necesito paz, Señor Jesús, esa paz que sólo Tú la puedes dar.

Dame esa paz hecha de consolación, esa paz que es fruto de un abandono confiado.

Dejo, pues, mi salud en manos de la medicina, y haré de mi parte todo lo posible para recuperar la salud.

Lo restante lo dejo en tus manos.

A partir de este momento suelto los remos, y dejo mi barca a la deriva de las corrientes divinas.

Llévame a donde quieras, Señor.

Dame salud y vida larga, pero no se haga lo que yo quiero sino lo que quieras tú.

Sé que esta noche me consolarás. Lléname de tu serenidad, y eso me basta. Así sea.

3. Unidad en el matrimonio

Señor,

y sucedió una vez

que sobre la tierra desnuda y virgen

brotó de improviso

una flor hecha de nieve y fuego

Fue llama que extendió un puente de oro

entre las dos riveras,

guirnalda que engarzó para siempre

nuestras vidas y nuestros destinos.

Señor, Señor, fue el amor con sus prodigios,

ríos, esmeraldas e ilusiones.

¡Gloria a Ti, horno incandescente de amor!

Pasó el tiempo,

y en el confuso esplendor de los años

la guirnalda perdió frescor,

y la escarcha

envolvió a la llama por sus cuatro costados;

la rutina, sombra maldita, fue invadiendo,

sin darnos cuenta, y penetrando

todos los tejidos de la vida.

Y el amor comenzó a invernar.

Señor, Señor, fuente de amor,

dobladas las rodillas

desgranamos ante Ti nuestra ardiente súplica:

Sé Tú en nuestra casa

lámpara y fuego,

pan, piedra y rocío,

viga maestra y columna vertebral.

Restaña las heridas cada noche

y renazca el amor cada mañana

como fresca primavera.

Sin Ti nuestros sueños rodarán por la pendiente.

Sé Tú para nosotros escarlata de fidelidad,

espuma de alegría, y garantía de estabilidad.

Mantén, Señor, alta como las estrellas,

en nuestro hogar la llama roja del amor,

y la unidad, como río caudaloso, recorra e irrigue

nuestras arterias por los días de los días.

Sé Tú, Señor Dios, el lazo de oro que mantenga

nuestras vidas

incorruptiblemente entrelazadas hasta la

frontera final

y más allá. Así sea.

4. Ha nacido un nuevo hijo

Llegó,

y la casa se llenó de fragancia.

Parece primavera.

En TI, Padre Santo, hontanar de toda paternidad,

en Ti están todas nuestras fuentes.

Nos has enviado un regalo

deseado y soñado:

un niño ha llegado al banquete de la fiesta.

¡Sea bienvenido!

¿Con qué palabras te daremos gracias,

Señor de la vida, con qué palabras?

Gracias por sus ojos y sus manos,

gracias por sus pies y su piel,

gracias por su cuerpo y su alma.

En tus manos de ternura lo depositamos

para que lo cuides y lo mimes

y lo llenes de dulzura.

Padre Santo y querido, pon un ángel a su lado

para que cierre el paso a la enfermedad y todo mal,

y lo guíe por el sendero de salud y bienestar.

El Bien, la Paz, y la Bendición

lo acompañen por todos los días de su vida. Amén.

5. Un Hogar Feliz

Señor Jesús, Tú viviste en una familia feliz.

Haz de esta casa una morada de tu presencia,

un hogar cálido y dichoso.

Venga la tranquilidad a todos sus miembros,

la serenidad a nuestros nervios,

el control a nuestras lenguas,

la salud a nuestros cuerpos.

Que los hijos sean y se sientan amados

y se alejen de ellos para siempre

la ingratitud y el egoísmo.

Inunda, Señor, el corazón de los padres

de paciencia y comprensión,

y de una generosidad sin límites.

Extiende, Señor Dios, un toldo de amor

para cobijar y refrescar, calentar y madurar

a todos los hijos de la casa.

Danos el pan de cada día,

y aleja de nuestra casa

el afán de exhibir, brillar y aparecer;

líbranos de las vanidades mundanas

y de las ambiciones que inquietan y roban la paz.

Que la alegría brille en los ojos,

la confianza abra todas las puertas,

la dicha resplandezca como un sol;

sea la paz la reina de este hogar

y la unidad su sólido entramado.

Te lo pedimos a Ti que fuiste un hijo feliz

en el hogar de Nazareth junto a María y José.

Amén.

6. Buenas Nuevas

Al alba llegó el mensajero

y el cartero al atardecer.

Y la casa se llenó de luz.

Nuestras aprensiones se esfumaron.

Y respiramos.

Los cálculos más optimistas

quedaron atrás.

La armonía volvió.

El éxito sonrió.

La salud renació.

Las buenas nuevas de esta tarde

nos llenaron de tranquilidad.

Volvió la sonrisa a nuestros labios.

Estamos felices.

Dios mío, déjame decir:

espigas y cumbres,

nieves y ríos

dad gracias a mi Dios. Así sea.

IV. ESTADOS DE ANIMO

1. Súplica en el temor

Señor, hay nubes en el horizonte.

El mar está agitado.

Tengo miedo.

El recelo me paraliza la sangre.

Manos invisibles me tiran hacia atrás.

No me atrevo.

Una bandada de oscuras aves

está cruzando el firmamento.

¿Qué será?

Dios mío, di a mi alma:

Yo soy tu Victoria.

Repite a mis entrañas:

no temas, yo estoy contigo.

2. Momentos de Depresión

Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?

De improviso, cincuenta atmósferas han caído pesadamente sobre mí,

y no sé adónde huir ni tengo ganas de vivir. ¿Dónde estás, Señor?

Arrastrado como un desvalido hacia un erial inerte, sólo sombras rodean mis fronteras.

¿A dónde salir? Piedad, Dios mío.

¡Pobre ángel sin alas!, abandonado sobre caminos olvidados y cubiertos de niebla.

¿Dónde estoy? Estoy en el fondo del mar y no puedo respirar.

¿Dónde se escondió la luz? ¿Arde todavía el sol?

Peor que el vacío y la nada, ¿qué es esto?, simplemente horror de sentirse hombre.

Dios mío, ¿porqué me borras de la lista de los vivientes?

Como una ciudad sitiada, me cercan y aprietan y ahogan la angustia, la tristeza, el amargor y la agonía.

¿Cómo se llama esto? ¿Náusea? ¿Tedio de la vida.

La desolación extiende sus grises alas de horizonte a horizonte.

¿Dónde está la puerta de salida? Pero ¿hay salida?

Tú eres, sólo Tú eres mi salida, Dios mío.

No me olvido, Jesús, Hijo de Dios y Siervo del Padre que allá en Getsemaní,

bajo el clamor de los olivos y a la luz de la luna,

el tedio y la agonía te estrujaron hasta verter lágrimas y sangre;

y recuerdo que una pesada tristeza de muerte inundó tu interior como un mar amargo, pero todo pasó.

Yo sé que también mi noche pasará.

Sé que rasgarás estas tinieblas, Dios mío, y mañana amanecerá la consolación.

Caerán las gruesas murallas y de nuevo podré respirar.

Mañana mismo mi pobre alma será visitada y volveré a vivir.

Y diré: gracias, mi Dios, porque todo fue una pesadilla;

sólo la pesadilla de una noche que ya pasó.

Mientras tanto, dame paciencia y esperanza. Y hágase tu voluntad, Dios mío. Amén.

Coplas hechas sobre un éxtasis de harta contemplación

Entréme donde no supe

y quedéme no sabiendo

toda ciencia trascendiendo.

Yo no supe donde entraba,

pero, cuando allí me ví,

sin saber donde me estaba

grandes cosas entendí;

no diré lo que sentí,

que me quedé no sabiendo,

toda ciencia trascendiendo.

De paz y de piedad

era la ciencia perfecta

entendida (vía recta);

era cosa tan secreta

que me quedé balbuciendo,

toda ciencia trascendiendo.

Estaba tan embebido,

tan absorto y ajenado

que se quedó mi sentido

de todo sentir privado

y el espíritu dotado

de un entender no entendiendo,

toda ciencia trascendiendo.

El que allí llega de vero

de sí mismo desfallece;

cuanto sabía primero

mucho bajo le parece

y su ciencia tanto crece

que se queda no sabiendo,

toda ciencia trascendiendo.

Cuanto más alto se sube tanto menos se entendía,

que es la tenebrosa nube

que a la noche esclarecía;

por eso quien la sabía

queda siempre no sabiendo

toda ciencia trascendiendo.

San Juan de la Cruz, (Ángela Nattero Ferrero).

Señora del Silencio

Madre del Silencio y de la Humildad,

Tú vives perdida y encontrada

en el mar sin fondo del misterio del Señor.

Eres disponibilidad y receptividad.

Eres fecundidad y plenitud.

Eres atención y solicitud por los hermanos.

Estás vestida de fortaleza.

En Ti resplandecen la madurez humana

y la elegancia espiritual.

Eres señora de Ti misma

antes de ser señora nuestra.

No existe dispersión en Ti.

En un acto simple y total,

tu alma, toda inmóvil,

está paralizada e identificada con el Señor.

Está dentro de Dios y Dios dentro de Ti.

El Misterio Total te envuelve y te penetra,

te posee, ocupa e integra todo tu ser.

Parece que todo quedó paralizado en Ti,

todo se identificó contigo:

el tiempo, el espacio, la palabra,

la música, el silencio, la mujer, Dios.

Todo quedó asumido en Ti, y divinizado.

Jamás se vio estampa humana

de tanta dulzura,

ni se volverá ver en la tierra

mujer tan inefablemente evocadora.

Sin embargo, tu silencio no es ausencia

sino presencia.

Estás abismada en el Señor,

y al mismo tiempo,

atenta a los hermanos, como en Caná.

Nunca la comunicación es tan profunda

como cuando no se dice nada,

y nunca el silencio es tan elocuente

como cuando nada se comunica.

Haznos comprender

que el silencio

no es desinterés por los hermanos

sino fuente de energía e irradiación;

no es repliegue sino despliegue,

y que, para derramarse,

es necesario cargarse.

El mundo se ahoga

en el mar de la dispersión,

ya no es posible amar a los hermanos

con un corazón disperso.

Haznos comprender que el apostolado,

sin silencio,

es alienación;

y que el silencio,

sin el apostolado,

es comodidad.

Envuélvenos en el manto de tu silencio,

y comunícanos la fortaleza de tu Fe,

la altura de tu Esperanza,

y la profundidad de tu Amor.

Quédate con los que quedan,

y vente con los que nos vamos.

¡Oh Madre Admirable del Silencio!

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