Relatividad del color

El color es material relativo

El material del que se encuentra hecho un objeto, no muestra un determinado color fijo. Su aspecto es más bien relativo, depende de la iluminación existente. El aspecto cromático del material, recibe el nombre del “color del objeto”. Los materiales diferentes se distinguen en su aspecto cromático por el hecho de que absorben distintos sectores del espectro visible, por lo que el color del objeto se produce a consecuencias de la capacidad de absorción individual del material que compone al objeto.

A su vez, sabemos que la información de color, llega al receptor a través de la parte no absorbida de la luz, que el ojo registra como el estímulo de color. En el caso del material opaco, esta parte de luz es remitida o devuelta, mientras que el material transparente la transmite o deja pasar. Por lo tanto, la gama del color percibido es el “resto de luz” que llega hasta el ojo humano.

Según las características de la iluminación, la composición general del estímulo de color que llega al ojo, será distinta. Es decir, no podemos adjudicarle exclusivamente a un determinado material una gama de color fija, puesto que el aspecto del material puede adoptar diversas gamas. Dicho de otra manera, un mismo material muestra distintas gamas de color, según la situación de la iluminación.

Pero la relatividad del color, no pasa solamente por la calidad o características de la luz que nos estimula, sino también por la capacidad de interacción del color con el medio donde es percibido, o más aún con otros colores que lo rodean. Estos nos inducen a ver o “leer” colores diferentes de aquéllos que físicamente tenemos delante. Un mismo color puede tener muchas lecturas, y es por eso que para utilizar un color correctamente se ha de tener en cuenta que engaña continuamente. El color nunca se ve aislado. Podemos oír un tono musical aislado, pero nunca vemos un color aislado.

Josef Albers, en su libro La interacción del color, demostró cómo los colores no se perciben autónomamente, sino que muestran determinadas características en función de lo que se coloque a su alrededor. Para comprender esto, es necesario observar lo que sucede entre los colores. Así, los colores se nos presentan dentro de un flujo continuo, constantemente relacionados con los contiguos y en condiciones cambiantes. En consecuencia, esto demuestra para la lectura del color lo que Wassily Kandinsky pedía a menudo para la lectura del arte: lo que cuenta no es el qué, sino el cómo.

El color como impresión sensorial

Cuando decimos que “vemos” un color, nos referimos realmente a que, según la luz que entre en nuestros ojos, sentimos un color u otro. Es decir, llevamos el color al terreno de lo perceptual, lo percibido. En el mundo externo a nuestro sistema visual no existe el color; ese mundo es incoloro. La materia es incolora y la luz es incolora. El color sólo existe como impresión sensorial del individuo que ve un objeto material ((KÜPPERS, Harald. Fundamentos de la teoría de los colores, Editorial Gustavo Gili, 1978, Barcelona – ESPAÑA)).

La sensación “color” es el producto conceptual elaborado por nuestro cerebro a partir de los datos emitidos por el ojo que ve un objeto iluminado, un objeto sobre el que incide la luz. En ese sentido, ver blanco (sensación de color blanco) es ver todo el espectro visible, comprendido entre el infrarrojo y el ultravioleta, ambos excluidos. Ver negro (sensación de color negro) es no ver nada de ese espectro visible. Si en vez de referirnos a la luz nos referimos al objeto que vemos, lo vemos blanco si ese objeto refleja todo el espectro visible y lo vemos negro si ese objeto no refleja nada del espectro visible. El aspecto color de un objeto recibe el nombre de color de ese objeto.

Más en profundidad, podemos decir que, por ejemplo, el color verde no está en la hoja de la lechuga. El color rojo no es una propiedad de la tela de un vestido. Tanto la hoja de lechuga como el vestido, pueden solamente captar o absorber determinadas partes del espectro de la iluminación general. La luz restante, no absorbida, es remitida como residuo lumínico. Pero estos rayos de luz remitida tampoco son color, sino tan sólo transmisores de información que dan cuenta de la forma en que este estímulo de color se diferencia de la composición general del espectro.

El color sólo nace cuando este estímulo de color motiva al órgano intacto de la vista del receptor a producir una sensación de color. Si no existe receptor o éste es ciego, no hay posibilidad de que se produzca color. Y si el mismo estímulo llega a los ojos de un daltónico, la sensación de color será otra. El color entonces, es sólo producto del órgano de la vista; es sensación de color.

Un ojo experto puede llegar a diferenciar nueve millones de matices de colores (los esquimales son capaces de distinguir entre doce tonos de blanco, mientras que hay ojos que no pueden distinguir ciertas longitudes de onda debido al daltonismo). No todos vemos exactamente los mismos colores, ya que en el proceso de percepción del color intervienen otros factores como la capacidad observación, memoria cromática, la agudeza visual, así como circunstancias culturales y geográficas, e incluso información genética.

El recuerdo del color: la memoria visual

Si decimos rojo (el nombre del color rojo) y hay cincuenta personas escuchándonos, cabe esperar que haya cincuenta rojos en sus mentes. Y es posible estar seguros de que todos esos colores rojos serán diferentes. Incluso si especificamos un determinado color que todos hayan visto innumerables veces, como el color verde limón, o el azul marino, seguirán pensando en verdes y azules muy distintos. Más aún, si todos los oyentes tienen delante de sí, centenares de azules para entre ellos elegir el color azul marino, nuevamente se elegirán colores diferentes, y ninguno estará seguro de haber encontrado el matiz de azul exacto.

Esto demuestra que es muy difícil, si no imposible, recordar todos los diferentes colores. Esto pasa, en primer lugar, debido al importante hecho de que nuestra memoria visual es muy pobre en comparación con nuestra memoria auditiva. A menudo, somos capaces de repetir una melodía que sólo se ha oído una o dos veces, pero difícilmente podremos repetir exactamente el matiz de un color que vemos todos los días, de manera exacta, a través del recuerdo.

En segundo lugar, la nomenclatura del color es insuficiente. Aunque hay innumerables colores –matices–, el vocabulario cotidiano sólo cuenta con una treintena de nombres para designarlos ((ALBERS, Josef, La Interacción del color, Alianza Editorial, 1979, Madrid – ESPAÑA.)).

Publicado por Ingrid Calvo Ivanovic

Diseñadora Gráfica titulada en la Universidad de Chile. Magíster en Estudios de la Imagen, de la Universidad Alberto Hurtado. Desarrolla investigación en torno a metodologías para el estudio, enseñanza y aplicación del color en la comunicación visual, vinculándose con otras áreas de investigación tales como los estudios curatoriales y los estudios visuales. Académica en categoría Asistente del Departamento de Diseño de la Universidad de Chile. Miembro individual de la Asociación Internacional del Color (AIC). Miembro colaborativo del Study Group on Color Education (SGCE) de la AIC. Directora de Extensión de la Asociación Chilena del Color y co-investigadora del programa Estudios del Color, en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Encuesta

Datos

PROYECTACOLOR ORGANIZÓ

Amigos de Proyectacolor